A podrido huele el ladrillo en España. Europa se ha dado cuenta, y con más de 500 votos a favor, y menos de 50 en contra, ha solicitado una moratoria en la construcción de nuevas viviendas en Valencia, y la paralización de zonas rústicas en edificables.
No queda duda de que el crecimiento económico español se debe al ladrillo, sobre todo en la época de Rato.
¿Pero esto malo? ¿Tiene que ser necesariamente malo?
Mi opinión es que sí. Un crecimiento a base de ladrillo no se puede sostener en el tiempo. Porque los precios de la vivienda aumentan, y esto hace que las familias se endeuden. Y esto es muy serio. Las familias pierden flexibilidad. Destinan la mayor parte de su sueldo a las hipotecas. Si en algún momento necesitan dinero para lo que sea, no podrán disponer de él. Es la pérdida total de libertad. Además está el drama de los jóvenes que no pueden hacer frente al pago de una vivenda. A ciertas edades, para el desarollo como persona, se hace necesario disponer de libertad, de una casa.
Otro efecto colateral indeseable es el desarrollo no sostenible. Las nuevas viviendas necesitarán de infraestructuras. De agua. De electricidad. ¿Y dónde conseguimos todo eso?
Esperemos que el Gobierno se ponga de verdad a atajar este problema, con leyes del suelo más restrictivas. Mientras los ayuntamientos sean los que controlen el suelo a su antojo, y sus voluntades compradas por constructores sin escrúpulos, como ocurrió en Madrid hace poco, no habrá nada que hacer. Observaremos como funciona el experimento en Andalucí, donde el gobierno autónomo andaluz espera que llegue una nueva ley de suelo, para evitar que se siga construyendo en Marbella.
Publicado por Pestañín en 8:24 p. m.
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